-Háblame del Exterior –pidió ella abrazándose las rodillas.
El chico le apartó un mechón de pelo de la frente y sonrió.
-Es grande y gris. Es como si el cielo nunca más volviese a ser azul y las estrellas hayan desaparecido para siempre –no le contó sobre aquellas noches, en las que salía al balcón y el frío le mordía la piel desnuda, para buscar los quasares, para encontrar la luna en aquella infinita extensión de tintes oscuros. –Hay personas. Personas como yo y personas como tú. Unas somos importantes e intentamos vivir a salvo, otras, sin embargo… –se calló y la miró de reojo. Tenía una expresión curiosa en los ojos, aunque nunca perdía ese pequeño toque desolador que probablemente se quedaría con ella para siempre. –Hay pocas cosas que puedas ver ahora. Es infinitamente deprimente. Hay ruinas por todas partes, te topas con cadáveres cada dos por tres y los sicarios son cada día más jóvenes. Este no es mundo para ti, ratoncito –se inclinó para acariciarle la nariz con el dedo.
-¿Por qué? –inquirió. –Los humanos sois hermosos y bondadosos, no podéis habitar un lugar así.
Garrett dejó escapar una carcajada áspera y amarga que se reverberó en el fondo de su garganta.
-Te han llenado la cabeza de cuentos. Los humanos somos crueles, perversos y tenemos tendencia a destruirlo todo. ¿Por qué sino ibas a estar aquí? Eres demasiado inocente, demasiado cándida. Podrían destrozarte en cuestión de segundos.
Ella frunció el ceño. Sus dedos recorrieron su mandíbula y la besó en el hombro.
-Mag, Mag, Mag –murmuró Garrett contra su piel. –Has nacido en el momento inadecuado, este mundo no está hecho para ti.
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