El momento en el que escribes “fin” tienes la certeza de que es tu propio fin. Miras el papel y te preguntas qué hiciste mal, cómo llegaste a esta situación. No estás listo. Nadie lo está.
Te miras las manos y la tinta recorre tu piel como un tatuaje, como una maraña de árboles muertos. Basta un soplo para que desaparezca. ¿Estás preparado? ¿Serás capaz de dejarlo marchar? ¿Podrás cerrar los ojos, podrás olvidar, podrás algún día recordar?
Las palabras. ¡Ah, las palabras! Nunca serán las mismas. Han cambiado. Para bien o para mal. Eso no lo sabes. No lo sabrás jamás.
Trata de mirarlo de este modo, todo ha terminado, el alba raya el horizonte, el susurro de lo que fue, es y será vuela hacia las nubes. El cielo es una sábana lavada con lejía
No somos nadie.
No puedes romperte en pedazos. Ese fin no es más de los muchos que van a destrozar cada ínfima parte de tu cuerpo. El mundo es tu hoja de papel.
Puedes empezar por el final esta vez, para que sea menos doloroso. Para que cuando te desangres de nuevo, sea una clemente expiación.
Nadie dijo que fuera fácil. De hecho, desde el principio tuviste que lidiar con el dolor.
Todo acaba aquí. Todo empieza aquí.
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