Un corazón hecho trizas.
Sus rizos rojos bailoteaban en la luz. Sus puños estaban apretados. Sus ojos irradiaban tanta fortaleza que sería capaz de derribar murallas con la mirada.
Ella ardía. Yo me congelaba.
Ambos íbamos a morir. Ella sería un puñado de gloriosas cenizas que el viento desperdigaría sobre el cielo nocturno, lleno de estrellas, lleno de quasares. Yo sería unas patéticas esquirlas heladas.
En aquel momento, quería salvarla más que nunca.
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