martes, 10 de septiembre de 2013

Ἀριάδνη (II)

Es salvaje, indómito y visceral. Pero su primer golpe parece casi una caricia. Quiere reírse.

«¿Esto es todo lo que sabes hacer, niño-rey?»

La mira, pero sabe que sus huesos son de acero, y sus dientes de mármol, y su sangre fluye como cascadas. Sabe que ella es tan salvaje, tan indómita y tan visceral como él. El laberinto que le abrió en dos y se introdujo en él lenta e inexorablemente, el laberinto cuyas paredes estaban construidas con piedra y sangre, el laberinto que era un sueño al revés, con cuernos y tentáculos, demasiado pesado y vivo para ser contenido por un cerebro; es el mismo laberinto que habita dentro de ella.

Llegó a pensar que el monstruo era el Minotauro, con su boca hambrienta y sus zarpas afiladas como acantilados. Llegó a pensar que ella sería suya, la bella y triste princesa que lo amaría hasta quedarse sin aliento. Llegó a pensar que ella podría desenredar las pesadillas de sus venas.

Los monstruos no son aquellos que decapitas, los monstruos son los que viven contigo siempre.

El día en el que su barco se aleja a la orilla, se siente más ligero. Su corazón palpita con alegría, sus músculos se estiran como juncos. Aún la siente, su grito le llega al fondo de las entrañas donde se acurruca y extiende sus raíces.

Entonces entiende.

El cielo abierto, el mar agitado, el viento cantante, la chica con relámpagos en la garganta y centellas en el pelo que él jamás habría podido retener. Su cuerpo no ha cambiado, sigue siendo un nido de oscuridad y maldiciones. Estaba asustado, asustado de ella, de sus palabras, de su tragedia, de su sangre (un cuarto de sangre de dioses, un cuarto de la misma sangre del Minotauro y el resto, canciones y ecos). Veía en sus ojos la rabia y las profundidades abisales que había visto en los ojos de su hermano. No se puede amar lo que se teme. Porque es eso lo que acaba devorándote mientras te besa.

A lo lejos, ella está henchida del amor que consume cada partícula de su piel. Su amor es de la dimensión del universo. Su voz, su súplica, llega hasta los confines de todos los mares y todas las tierras, hasta las bahías de nieblas y las cosas sin nombre. Y trae algo de vuelta.

1 comentario:

  1. Estaba buscando una forma de definir tu forma de escribir y he llegado a la fatídica conclusión de que, tal vez, decirte que me resulta indefinible sea la mejor forma de definirla.

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